Escuela de Cuzco

Escuela de Cuzco en Perú

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Jesús con Simón y Andrés. Escuela de Cuzco. Pintura al óleo (1686) de Diego Quispe Tito. Catedral de Cuzco. Escena del Nuevo Testamento perteneciente a la serie de cuadros del Zodiaco (Piscis), donde cada pintura representa una escena de la vida de Jesucristo.
La ciudad peruana de Cusco o Cuzco, célebre por sus ruinas incaicas y sus edificaciones barrocas, desarrolló en el siglo XVII una importante escuela pictórica, que gozó de reconocido prestigio en el ámbito artístico de la época.

Arte
Entre los talleres americanos de pintura, ninguno logró una personalidad, carácter, originalidad y encanto que puedan compararse a los que ofrecen los artistas que trabajaron en la ciudad del Cuzco durante los s. XVII y XVIII. En la pintura cuzqueña encontramos la presencia del influjo español, del flamenco y del italiano, pero junto a ello, en la ciudad se produce una reacción de tono local de extraordinaria originalidad. En el s. XVIII es una escuela muy poco españolizada, en la que aflora una nueva manera de entender la pintura con predominio de lo popular y de una sencillez típicamente indígena.

Sabemos muy poco de la pintura cuzqueña anterior a 1580. En esta fecha se inicia la influencia italiana de hondo arraigo en la pintura cuzqueña posterior. Algunas tablas descubiertas ponen de manifiesto que antes del año citado existió en Cuzco pintura flamenca y española, como prueba una obra de un Loayza pintor (Col. Berkemayer de Washington D.C.), y tampoco faltan ejemplos que nos muestren la presencia en la ciudad de obras de estilo renacentista. Junto a esta pintura sobre tabla no faltó una importante labor al fresco; cerca del Cuzco, en San Jerónimo, existe una Inmaculada de h. 1572. Gracias a los estudios de José de Mesa y Teresa Gisbert podemos hacernos una idea aproximada de estos primeros capítulos de la escuela cuzqueña.

Muy pronto la pintura del Cuzco se incorporó de una manera programática al desarrollo artístico del Perú. En este sentido, es fundamental el papel que juegan los manieristas como enlace estilístico orgánico con el desarrollo de la pintura occidental. Con ellos asistimos a la penetración de una corriente coherente que arraigará profundamente en los artistas de la ciudad. Entre los pintores que siguieron esta tendencia desempeña un papel de primer orden el jesuita Bernardo Bitti, que aparece en Lima en 1575. Había nacido en 1548 en Camerino. Su formación es plenamente manierista, si bien en su obra se han visto resabios y semejanzas con la pintura de Luis de Morales. Bitti, después de una estancia en España, marcha a Perú, donde realiza una importante labor en Lima, Cuzco y Juli. Murió en 1610.

Le encontramos en el Cuzco en 1583 trabajando en el retablo mayor de la iglesia de la Compañía. De estas primeras obras de Bitti en la ciudad nada queda. Tan sólo cabe atribuirle un retrato de fray Jerónimo Ruiz de Portillo, considerado por Mesa y Gisbert como obra probable del pintor. Poco después, encontramos al artista trabajando en Juli y, en 1598, vuelve a Cuzco y pinta en la iglesia de la Compañía. De las obras que realiza entonces existe una Concepción (iglesia de la Merced del Cuzco) y una Asunción de la Virgen (en la misma iglesia), que realiza para la portería del Colegio de la Compañía. La personalidad de Bernardo Bitti hubo de resultar fascinante en el ambiente pictórico cuzqueño de su tiempo. Su obra supone la penetración del manierismo y su arraigo entre los pintores de la ciudad. Bitti tuvo muchos seguidores, entre los cuales hay que mencionar a Gregorio Gamarra y Pedro Lagos. El primero trabajaba en el Cuzco en 1607. Lagos aparece trabajando en 1630 en San Agustín del Cuzco. De él conocemos una Ascensión. Dentro del manierismo cuzqueño hay que citar a Francisco Serrano.

Epifanía. Óleo sobre lienzo (s. XVII) de Gregorio Gamarra. Escuela de Cuzco. Museo Nacional de Arte de La Paz (Bolivia).
Mientras el manierismo se prolongaba lánguidamente en la pintura cuzqueña del s. XVII, en el siglo siguiente, la llegada de las estampas flamencas y la desaparición de los artistas italianos favorecieron la formación de una escuela autóctona cuzqueña. Sus temas eran piadosos (Santísima Trinidad, Sagrada Familia, vírgenes y santos) e históricos, pero su técnica se hizo progresivamente característica del acervo cultural peruano, con frecuentes evocaciones del pasado prehispánico. Entre los rasgos que singularizan el estilo de los miembros de la escuela cabe citar el uso de tintas planas, los fondos en oro y los personajes hieráticos e idealizados.

Hacia 1630 vamos a asistir a la introducción de nuevas soluciones, especialmente al estilo de Angelino Medoro, cuyo eco se deja sentir en Quispe Tito. De este pintor se conoce con seguridad una extensa obra en el Cuzco, principalmente. Quispe Tito era indio y nació en 1611, seguramente en el Cuzco. Con su obra se introduce el elemento popular en la pintura cuzqueña que él sabrá plasmar magistralmente. En la iglesia del pueblo de San Sebastián hay varias series dedicadas a san Juan Bautista, al martirio de san Sebastián y la Pasión de Cristo y varios cuadros de Doctores de la Iglesia, que es lo más importante de su obra. También realizó otra serie para la catedral sobre los Meses del año. Seguidor de Quispe Tito fue Andrés Juan Tupac. Terminaremos la enumeración de los pintores cuya obra deriva del manierismo haciendo mención de Juan Espinosa de los Monteros, que ornamentó sus cuadros con orlas de flores y aves.

Junto a esta corriente manierista, Gisbert y Mesa han deslindado otra corriente que procede de la pintura española representada por Juan de Osorio, Martín de Loayza, Juan de Calderón y Marcos Rivera. Entre ellos, coincidiendo su actividad con el mecenazgo llevado a cabo por el obispo Mollinedo, destaca Basilio de Santa Cruz, artista indígena que desarrolló una importante labor pictórica. Hacia 1690 le hallamos trabajando en la catedral, donde realiza, entre otras obras, una bella Virgen de Belén, así como las pinturas del transepto de la catedral de Cuzco.

Esta influencia española y europea —de Peter Paul Rubens, por ejemplo— que, según hemos ido viendo, determinó el proceso evolutivo de la pintura cuzqueña, desaparece en el s. XVIII. Los pintores del Cuzco se desprenden de las soluciones escolásticas y cultas y se sienten cada vez más atraídos por elementos de gusto popular. Esta nueva corriente no desplazó completamente a la tradicional que hemos estudiado. Y, así, hallamos que, en el s. XVIII, algunos maestros, como fray Juan de la Concepción, continúan operando con un estilo tradicional y cultivando temas de gusto histórico y clásico. Otros, como Francisco de Salamanca, fraile mercedario nacido en 1660, llevaron la pintura mural a unas cimas no alcanzadas por la pintura anterior.

Pero de todo lo que se hace en la ciudad del Cuzco en pintura, son las creaciones populares las que más nos atraen y las que nos presentan la aportación peruana más importantes a la historia de la pintura barroca. Tomando como fuentes de inspiración grabados flamencos, cambiándolos, utilizando un dibujo firme y seguro que delimita y define la figura con precisión, empleando el sobredorado con gran profusión, los artistas cuzqueños nos han dejado, en un extensísimo grupo de obras que abarca varios miles, unas de las creaciones pictóricas más deliciosas. La Inmaculada del convento de La Merced del Cuzco o Nuestra Señora del Rosario de Pomata, de una colección particular de São Paulo, son ejemplos expresivos de este arte anónimo dotado de una extraordinaria imaginación, vida y fantasía.

La pintura cuzqueña de carácter popular que se desarrolla durante el s. XVIII aparece entrañablemente unida por un común denominador estilístico. Sin embargo, no cabe hablar de una escuela en el sentido literal del término. Las obras eran realizadas en multitud de talleres con un criterio de artesano, con más preocupación por la ejecución y el tema que por la adscripción a tal o cual corriente. Si estas obras hubiesen sido realizadas a poco de la conquista, se habría pensado en una versión local de la pintura española de fines del s. XV o principios del XVI. Lo tardío en fecha, dentro de la evolución general de la pintura cuzqueña aumenta su interés por su significación como reacción, de sello profundamente indígena y popular, frente a las corrientes foráneas. La pintura popular cuzqueña del s. XVIII se caracteriza por un primoroso primitivismo. Las figuras carecen de sensación de volumen y parecen recortadas y pegadas sobre un fondo. El empleo del oro contribuye decisivamente a producir ese barroquismo y efecto ornamental tan del gusto popular

Autor: Cambó


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